Una aproximación a la historia del cine silente y la música cinematográfica en Colombia.
Por Juan S. Trejos A.
El cine en Colombia cuenta con una historia de algo más de un siglo y su camino se ha visto marcado por diversos hechos que muestran una ruta y el desarrollo de un lenguaje particular. Sabemos que este invento entró a nuestro país por la ciudad panameña de Colón (que en 1897 hacía parte de Colombia). Para esta época llegan el cinematógrafo de los Lumiere y el vitascopio de Edison, objetos casi mágicos que sorprendían con la posibilidad de la imagen en movimiento y que acompañaban ferias y actos itinerantes por todo el territorio nacional.
Se puede afirmar que la actividad de filmación data de 1907, según el programa editado por la Compañía Cronofónica para anunciar la proyección de varios cortometrajes documentales -filmados por la misma compañía- en el Teatro Municipal de Bogotá. Los títulos de los cortometrajes eran directos y decían todo sobre sus temas: La vista del bajo Magdalena en su confluencia con el Cauca, El cronófono subiendo por los Andes, La procesión de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá, Parque del Centenario, Carreras en el Magdalena, Panorama de San Cristóbal, Gran corrida de toros: Martinito y Morenito en competencia, Caídas de Bogotá en su descenso hacia el Charquito, El gran salto de Tequendama y El excelentísimo Rafael Reyes en el polo de Bogotá.
Como en los diversos países donde el cine estaba irrumpiendo, estas creaciones serían secuencias de carácter documental que mostraban lugares emblemáticos, hechos importantes de la sociedad y maravillas naturales. De esta forma podemos situar la creación de un cine propio, un cine nacional a solo nueve años de la llegada del invento al país.
Es necesario mencionar la importancia de dos familias en el desarrollo de la primera etapa del cine nacional. Primero, los Di Doménico, venidos desde Italia, quienes promovieron espacios continuos de exhibición, generando gran impacto en las ciudades donde proyectaban, hasta establecerse en el legendario Gran Salón Olympia de Bogotá. Se tiene certeza de su interés en el repertorio musical italiano, pues en algunas correspondencias se solicitan partituras para piano del repertorio de moda de su país de origen, para acompañar las cintas que proyectaban.
Segundo, los hermanos Acevedo, quienes junto a sus hijos destacaron en el campo de la filmación y, desde 1915 hasta 1955, crearon un archivo que documenta la vida nacional en aspectos tan disímiles como la política, el deporte, los espectáculos públicos. El Archivo Histórico Cinematográfico Colombiano de los Acevedo fue reconocido por la UNESCO en 2018 como Memoria del Mundo para América Latina y el Caribe.
Tenemos evidencia de que el cine mudo era por lo general acompañado de orquestas o músicos solistas que cumplían un papel de “acompañamiento” a las imágenes. Esto se puede corroborar en las escasas historias del cine que arrojan pequeños testimonios y, a su vez, en las abundantes notas de periódicos que arrojan indicios de las actividades musicales yuxtapuestas al arte cinematográfico. En esta primera etapa, denominada silente, existían tres formas de acompañamiento: 1. La interpretación de un músico solista (por lo general pianista) donde destacaban el repertorio italiano y aires nacionales como el bambuco, 2. orquestas (posiblemente la más celebrada y recordada es la Orquesta del Olympia) que tenían predilección por un repertorio que variaba entre oberturas de Verdi, Rossini y Wagner, hasta estrenos de obras nacionales de compositores como Emilio Murillo o Guillermo Uribe Holguín, y 3. la pianola, mecanismo automático de reproducción musical que funcionaba con rollos de papel.
Hacia la década del 20, se da un importante auge en la filmación de largometrajes documentales y de ficción y se empieza a cimentar el desarrollo de una industria que plantea nuevos retos. Algunos de estos trabajos han sido encontrados y restaurados por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano: de esta época destacan largometrajes de ficción como La Tragedia del Silencio (1924) de Arturo Acevedo Vallarino, Como los Muertos (1924) de Pedro Moreno Garzón y Vicenzo Di Doménico, Bajo el cielo Antioqueño (1925) de Arturo Acevedo Vallarino, Manizales City (1925) de Félix R. Restrepo, Garras de Oro (1926) de P.P. Jambrina y Alma provinciana (1926) de Félix Joaquín Rodríguez.
En la quinta versión del Ibagué Festival se proyectarán los fragmentos restaurados de Madre (1924) de Samuel Velázquez, filme costumbrista producido por la Manizales Film Company, así como Aura o las violetas (1924) de Pedro Moreno Garzón y Vicenzo Di Doménico, producida por la Sociedad Industrial Cinematográfica Latinoamericana (CICLA), basada en la novela homónima de José María Vargas Vila. Estas proyecciones celebran los cien años de estas obras e irán acompañadas por las nuevas musicalizaciones creadas por Nico Rojas, actual director académico de la Escuela Nacional de Cine, en un formato para piano, viola y clarinete.
A más de cien años del nacimiento del cine nacional, el panorama parece prometedor, con un gran desarrollo y una profesionalización visible en los aspectos creativos, artísticos y técnicos. Celebramos, además, los 20 años de una ley nacional que ha impulsado la creación de muchas obras documentales y de ficción que año a año robustecen el repositorio nacional. Por otro lado, existe el desafío de marcar caminos más prósperos para este arte como la crítica y la circulación, que sin duda generarían espacios de reflexión y formación crítica en nuestras audiencias y los profesionales del arte más joven de la humanidad, de la mágica ilusión de la imagen en movimiento: el cine.
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